Columna de opinión:
Setenta años en el desafío de educar
26-10-2024
Cuando hablamos de educar, por cierto, siempre lo asociamos a la idea de despertar o desarrollar o perfeccionar o cultivar un conjunto de facultades intelectuales y morales en un individuo de la especie humana por medio de conceptos, preceptos, ejercicios, ejemplos, etcétera. Es decir, lo hacemos a través de lenguaje y la transmisión de conceptos, para dar contenidos que debieran ser la viga en que se sostenga el desenvolvimiento de la vida de una persona.
Educadores y padres y apoderados, buscamos que la educación sea determinante para el futuro de los niños y jóvenes de nuestras familias. Es más, toda idea de futuro de cualquier niño o joven la asociamos precisamente a la educación.
A través de las aulas esperamos que se vayan construyendo importantes experiencias vitales, y donde debiera irse constituyendo el acervo del mejor vivir, a través de la dialéctica que surge entre educadores y educandos. En ese proceso dialéctico ocurren las experiencias personales y se aprende de las experiencias de los demás. A través del educar aspiramos que se vaya estableciendo el pensamiento lógico, razonando y permitiendo procesos tan significativos como la sociabilidad, la cultura, la moral y el convivir.
Educar es esencial para construir razonamientos, para establecer consensos sobre la forma de abordar las realidades, para saber como ocurren muchos procesos de la vida, para desarrollar talentos, para aprender técnicas y modalidades, para socializar con los demás, para ejercitar capacidades, para crecer, para explorar culturas, para identificar fortalezas y debilidades en el carácter, para disciplinar el temperamento, para adquirir una concepción de futuro en cada educando.
Obviamente, cuando se habla de educación surgen diferentes perspectivas desde ángulos específicos de interés. Unesco y el Banco Mundial ponen especial interés en que la educación debe permitir emancipación de la pobreza. Los padres generalmente aspiran en que la educación permita que sus hijos lleguen a tener un nivel de calificación profesional, que asegure a sus hijos el provenir y sean exitosos.
En las distintas perspectivas, también en tiempos recientes he escuchado en nuestro país, de parte de no pocos educadores de aula y ciertamente de algunas personas con opinión, que la escuela es solo para adquirir conocimientos, y no para educar en el sentido social o conductual, y muchos de los que sostienen esa idea prefieren relegar tal tarea al hogar. Un centro educacional, en ese sentido, sería valorado por los conocimientos y aptitudes que construya para abordar conocimientos crecientes.
Aquellos que enfatizan el privilegio del hogar o la familia en la educación de niños y jóvenes, asignan tal responsabilidad a la tradición familiar, y donde se supone que toda nueva generación debe repetir aquellos basamentos.
Cierto. La familia es muy importante y determinante en muchas cosas para la vida de un niño o un joven. Pero no siempre la familia establece condiciones que favorecen la buena educación, es decir, aquella que ayuda a que los educandos sean personas con dignidad, con un buen soporte moral, autodeterminación y sentido crítico, y con una verdadera perspectiva de futuro.
Soy del grupo de personas que sostiene que la labor educativa es esencialmente en el aula, porque ese es el único espacio autónomo para garantizar libertad a la conciencia de los educandos. Es allí donde se producen los factores transformadores en la vida de los educandos. Es allí donde los determinismos de ciertos tradicionalismos se baten en retirada y terminan siendo superados, más aún cuando los tradicionalismos se basan en la falacia o el error.
En tiempos de grandes cuestionamientos a muchos de los paradigmas societales, creo que la necesidad de que la educación no renuncie a la labor de cultivar, es decir, de entregar a los educandos los medios para acceder al conocimiento, al mismo tiempo que debe transferir las referencias necesarias para el buen trato, la buena amistad, y la necesaria convivencia social.
Por lo general, me asiste la convicción que cuando hay debilidad en esa tarea en el aula se evidencia mucho más la falibilidad de los procesos educacionales actuales. Esto se evidencia en distintos espacios educacionales, producto de entender a la escuela como un mercado donde se espera que se entregue cierto producto, con la lógica del consumidor, y no con el compromiso del rol coadyuvante en el proceso educativo.
La adquisición de conocimientos hoy es multidireccional. Cualquier niño o joven, a través de su propia indagación y comprensión puede recibir diez o veinte o treinta veces más de conocimientos que los que recibe en las escuelas, en una hora de aula. La capacidad de un niño para procesar información está adiestrada por la velocidad de las redes sociales. Su lectura está adaptada a la velocidad del mundo digital.
Sin embargo, el tiempo en que los educandos navegan en Internet no forma el calibre moral de los individuos, como tampoco la cantidad de conocimientos internalizados. Luego, todo indicaría que, ante tantas formas de acceder al conocimiento, lo más importante de un proceso educativo, por excelencia, es construir un modelo de convivencia.
Si la respuesta en el futuro fuera solo conocimientos, importantes para tener la capacidad de discernir y decidir sobre los desafíos de la conciencia humana, no debemos perder de vista que, en Internet, hay conocimientos que son antisocietarios e inmorales. Hay conocimientos que solo contienen la propensión destructiva o la insociabilidad. Entonces, hay que construir tamices, que muchas veces y, por lo general, la familia no está en condiciones de establecer, más allá de un parcelado control parental en los artefactos digitalizados que los educandos manipulan con extraordinaria habilidad.
La escuela nuevamente, lejos de cualquier equívoco, sigue siendo fundamental para construir la idea de Humanidad que los educandos requieren. Allí, los aprendizajes deben ser conducidos de acuerdo a la maduración intelectual y emocional del educando, para tener una orientación moral y societaria.
Un reputado educador, Carlos Peña, en un trabajo publicado en la Revista Pensamiento Educativo señalaba hace algunos años, que la escuela es el espacio privilegiado en el que los conceptos de libertad y autoridad confluyen por primera vez, que provee el ingreso de visiones y experiencias de sociedad, de ruptura con la incondicionalidad del hogar y de acceso al nosotros – amplio o restringido – que es la base de la vida cívica .
Muchos de los problemas de la sociedad chilena actual, ocurren por la deslegitimización de la escuela en los procesos de educación societal. La violencia que nos impacta en la cotidianidad, la incapacidad para manejar conflictos, la agresividad en los debates, la carencia de trato adecuado, la desconsideración en las calles, la falta de respeto en cualquier debate, la agresividad como norma de conducta, en fin, tienen que ver con la indolencia en la labor educativa, o con su fracaso.
Hoy Chile tiene un grave problema de convivencia y un exacerbado individualismo. No hay capacidad de debatir. El irrespeto es parte de la cotidianidad, especialmente entre quienes ejercen labores de liderazgo. Hay una crisis también de probidad y poca integridad.
La Corporación Educacional Masónica de Concepción, en uno de sus libros institucionales explica que “la búsqueda de un proyecto educativo, sustentado en pilares fundamentales como el Humanismo y el Laicismo, debe procurar que los individuos que participan en los procesos formativos y educativos logren altos niveles de respeto y tolerancia frente a distintas posiciones éticas, morales o de otro tipo, adoptadas por los demás. Lo importante es que, en la adhesión a una opción, de cualquier naturaleza, no se opere con convicciones dogmáticas, ni verdades absolutas que pretendan ser impuestas a otros. También es significativo señalar que el trabajo pedagógico y formativo de una cultura que vive el laicismo, debe instalar en sus estudiantes comportamientos de vida que eviten la búsqueda de privilegios a la hora de hacer uso de los espacios públicos”
A mayor abundamiento, en su libro corporativo “Modelo de Formación Ciudadana” expresa taxativamente: “En una sociedad más convulsionada y vertiginosa, se considera que, junto a la generación de aprendizajes, una de las misiones que cobra mayor relevancia en el sistema educativo, es lograr que los alumnos aprendan a convivir como personas y como ciudadanos del mundo. En efecto, en este mundo tan complejo, dificultades como la ausencia casi total de compromiso cívico o la fata de cohesión social, ponen en un primer plano la formación ciudadana en la escuela”
Comparto esa visión. La carencia cívica en la familia, debe abordarla la educación. La carencia de determinados valores de convivencia que no entrega el medio familiar, debe abordarla el aula. Los determinismos que contienen disociación, individualismo y modelos disruptivos, solo son posibles de superar a través de loa aprendizajes del aula.
Por 70 años, los Colegios Concepción de COEMCO, han estado en una apuesta decidida en ese sentido, en escenarios absolutamente distintos, en realidades que han cambiado diametralmente. Y eso es lo que venimos a celebrar en esta jornada.
La perseverancia en un modelo educacional basado en el librepensamiento, en la laicidad como conducta moral, donde ningún educando es sometido a un interés de una forma de pensar o una verdad que solo se sustenta en el derecho individual de cada uno.
Educar conciencias libres para una sociedad basada en la convivencia pacífica, dialogante y fraternal. Educar abriendo caminos para la libre determinación de las conciencias. Educar sin sesgos, los que cada cual solo puede encontrar en su búsqueda personal, pero tales sesgos adquiridos en la búsqueda personal no están depositados en la labor de las aulas. Eso significa precisamente, educar para construir conciencias libres y moralmente conscientes.
Mis felicitaciones a la Corporación Educacional Masónica de Concepción, por sus logros y su buen ejemplo. Reconocemos su liderazgo y su capacidad de perseverar en un propósito que sigue alcanzando a más niños y jóvenes, en la certeza del camino emprendido por un grupo de masones hace ya 70 años, y que los actuales integrantes de su corporación, expresados en la labor de su directorio, reconocen como un legado fundamental.